Lunes 28 de noviembre de 2.016
Entre Laos y Camboya hay un sólo cruce de fronteras terrestres por el Sur. He leído mucho sobre este paso fronterizo porque tiene la fama de ser el más corrupto del sudeste asiático.
El precio oficial de la visa es de 30 dólares y dicen que te cobran unos cinco dólares más, por la cara. Dos en el lado de Laos, para ponerte el sello de salida del país. Uno al llegar a Camboya por un supuesto control sanitario de vacunas y dos más por ponerte el sello de entrada a Camboya. Parece que si no los pagas, no pasas al otro país.
Además, está el tema del transporte. Del lado laosiano hay una especie de mafia que tiene monopolizado los transportes en vans o minibuses. Dicen que también hay un autobús de línea regular pero sólo llega hasta la frontera y luego tienes que buscarte la vida en Camboya.
Buceando en internet encontré un blog que habla de una empresa de Camboya que te recoge a la salida de la frontera y te lleva hasta Seam Reap. Los comentarios de la gente son muy favorables. En cambio, los comentarios de la empresa que te lleva desde Laos, dejan bastante que desear.
Entro en la web de AVT, Asian Van Transfer y veo que puedo hacer la reserva online, lo cual ya me gusta. Obtengo respuesta casi de inmediato, cosa nada habitual en estos lares. Vamos bien. No sólo eso, sino que hay una oferta, en vez de pagar 20 dólares, ofrecen el recorrido por 16. Todo me indica que es por aquí, así que reservo y me confirman mi plaza ipso facto. En el mail de confirmación vienen un par de fotos de la persona que me estará esperando en la frontera (un detalle de agradecer) y todas las indicaciones de cómo proceder, entre ellas, la sugerencia de no pagar los “costes extras” que los funcionarios te piden en cada lado y de mostrar mi reserva a los de la empresa laosiana si insisten en querer venderme sus vans como única posibilidad. El pago del transporte lo haré directamente al señor Mr. Hout al llegar a Camboya.
Mi primera idea era ir a Pnom Penh pero entonces la única opción de transporte es la laosiana y no me apetece colaborar con ese monopolio, además de que tiene muy malas críticas. Así que pienso que ir a Seam Reap primero es muy buena opción.
Me queda por ver cómo llegar hasta la frontera desde Don Det. El primer paso es la barquita que me cruza hasta el continente, ése es fácil y lo arreglo con la dueña del hostel donde estoy, al precio único y uniforme de 20.000kips. Quedamos a las 8:00 de la mañana. Mejor que salga pronto porque el día pinta largo.
Al llegar a Nakasang he de buscarme la vida, en el peor de los casos tengo las famosas vans. Pero primero voy a la estación de autobuses, a tres manzanas del embarcadero. En el camino paso por donde están las vans y ellos se apresuran a ofrecerme sus servicios y les digo que no. Cuando estoy llegando a la estación no veo ningún autobús y encuentro un grupo de 7-8 jóvenes nórdicos preocupados porque les han dicho que no hay autobuses a la frontera. O sea que la opción posible parece ser volver sobre nuestros pasos y contratar una van todos juntos.
Estamos caminando volviendo sobre nuestros pasos y yo voy atenta a ver si encuentro un tuk tuk o songtaew que vaya hasta la frontera. Pregunto a un par pero me dicen que no. Cuando ya creía que no quedaba más opción que las vans, se me acerca un chaval en un moto-carro, no sé cómo se llaman éstos. Es una moto con una especie de sidecar, en plan básico, un carro cuadrado adosado a la moto.
El joven me dice que me lleva a la frontera por 100.000kips. No es barato pero me encanta la idea. Este transporte no lo he cogido aún y estoy con ánimos de aventura, ya me había preparado para ello. De paso me salto las vans.
Intento negociar precio con el chaval pero no se baja de los 100.000 y me explica que tengo que caminar unos doscientos metros. Al principio no le entiendo muy bien pero enseguida recuerdo haber leído en un blog de alguien que hizo lo mismo y explicaba que para ir en tuk tuk, éstos te pedían que te alejaras de la zona de las vans porque de lo contrario, podían tener problemas con los mafiosos. Así que sin más, me pongo a caminar en dirección salida del pueblo y dejo atrás al grupo de nórdicos.
Sólo hay 20km hasta la frontera. Pienso que será un recorrido corto, aunque vayamos más lento. Total, hasta las 11:00 de la mañana no sale mi transporte a Siem Reap y son recién las 9:00.
Alcanzo al joven de mi inexplorado transporte y me subo en su carromato. Muy seguro no es, pero casi no hay tráfico y la motito no debe tirar demasiado. De cascos, ni hablamos, entre otras cosas, porque él tampoco lleva.
Ya antes de salir del pueblo, al pasar junto a una impecable van de color blanco, su chófer lo para y lo increpa. No entiendo lo que le dice pero está claro que le está leyendo la cartilla. El jovencillo se hacía cada vez más pequeño. Entonces intervengo en el monólogo del otro conductor y le pregunto si hay algún problema. Entonces el tío baja un poco sus modales y decibeles y nos deja continuar, sin dejar de recordarle algo al joven motorista.
Empiezo a preocuparme y a pensar que quizás no ha sido buena idea montarme en esta historia. Está claro que hay una mafia que ejerce el monopolio y que ejerce de mafia. Me inquieta que al chaval le pasen factura pero por otro lado pienso que si él sigue adelante es porque lo tiene claro y puede hacerlo.
Demás está decir que sólo conoce las palabras inglesas “hundred thousands”, con lo cual toda nuestra comunicación es visual y señalética. Yo vuelvo a mi castellano, total tanto da.
Finalmente logramos salir del pueblo. Me pongo las gafas de sol para evitar que me entren bichitos y polvo en los ojos. Superados los tres primeros kilómetros cual coctelera, el camino hacia la frontera está bien pavimentado y el entorno sigue siendo muy rural, con alguna casita aislada y grupos de vacas o gallinas paseando junto a la ruta.
Feliz, con mi sentimiento de libertad y mis pelos al viento, voy disfrutando del aire sobre mi cara. Como al descuido, se me ocurre mirar el nivel de gasolina de la moto. Saben que hay un cuadradito rojo que indica la reserva, no? Pues la aguja está bien por debajo de ese marcador. Le hago señas a mi conductor, pero él ni caso. Sólo me sonrie.
Al diablo mi sentimiento de libertad! Ahora si que me imagino tirada en ninguna parte, con un joven que no conozco de nada y con quien no me puedo comunicar. Y si por aquellas cosas que ocurren, el olor de la gasolina no fuera suficiente para hacer los 16km que faltan, dudo mucho que las vans me quieran recoger. Al menos no sin sacarme un ojo de la cara primero, por vivilla. Empiezo a sentirme verdaderamente inquieta.
Ahora sólo me centro en ver pasar los mojones de la carretera que indican el km por el que vamos. Y cual presidiario, voy tachando palitos con cada unidad y haciendo cruces cada cinco.
Pasamos en km 5, si me toca caminar, sólo me quedan 4! Y hace calor!!!
Una gasolinera …. le hago señas al chaval de que pare, pero no me hace caso. Así que sólo me queda confiar en que él sabe lo que hace, que la aguja del contador debe estar rota y que seguro que puso gasolina antes de salir.
Los 20km que parecían nada, no vean todo lo que dieron de sí.
Porque lo siguiente fue otra van, que volvió a parar al chaval ahora en medio de la ruta y esta vez la cosa tenía pinta de aviso-amenaza. Como en las pelis de gangsters.
Cuando la van continuó su camino, el joven intenta explicarme que me dejaría “one km” antes de la frontera y que yo tendría que caminar. A lo cual le respondo en mi castellano mendocino que de ninguna manera, que si quiere cobrar su “hundred thousands” me tiene que dejar en la frontera. Él sigue riendo, pero creo que más de nervios que otra cosa.
Y yo que quiero disfrutar del paseo y la brisa campestre, me paso casi todo el recorrido pensando opciones posibles y buscando ideas alternativas por lo que pudiera pasar. Lo único que parece favorable es que es temprano y tengo todo el día por delante.
Sigo descontando kilómetros y la aguja de la gasolina no puede bajar más, así que concluyo que efectivamente debe estar rota.
En cuanto se divisa un edificio grande al fondo de la ruta, el chaval me indica que ése es el “border” y que él me deja aquí. Y yo que me niego a bajar porque falta más de un km. Él sigue avanzando a regañadientes y cuando estamos a unos doscientos metros entonces le digo que ok, que me bajo allí.
Y así, con mis dos mochilomas a cuestas, llego caminando al border. Soy la única que va andando. Alcanzo a ver una camioneta y un par de policías de gafas oscuras que están de pie al lado. Les recuerda algo? Pues si, todo es como hace 35 años en nuestra Argentina. El ambiente de abuso de poder y corrupción se respira en cada rincón.
Los milicos no dejan de mirarme y eso me intimida bastante. Miro a un costado y hay un edificio que pone Duty Free. Ni lerda ni perezosa, enfilo hacia dentro. De paso voy al lavabo mientras espero desviar la mirada de los polis.
Cuando salgo, ya no están allí. Me siento más cómoda y avanzo hacia el edificio de migraciones. Había leído que me dirigiera directamente a la ventanilla sin hacer caso a lo que otros me dijeran. Al llegar me encuentro a una par de chicas y una de ellas está indignada, discutiendo con el de la ventanilla. “Que yo no voy a pagar dos dólares, eso es ilegal, me tiene que poner el sello y no tengo obligación de pagar nada, etc,etc….” le decía a su amiga, encendida de rabia. Claramente eran españolas. Me acerco y le pregunto qué pasa y me explica lo que ya sabía y lo que todos los blogs repiten.
Detrás de la ventanilla, cuatro!!! milicos esperando cobrar sus dólares de coima. Eran milicos como los nuestros, con cara de vas a pasar por aquí porque lo digo yo y si no…..tengo todas las de ganar y tú las de quedar dentro del calabozo.
Sabela estaba tan enfadada y le discutía tanto que intenté calmarla y decirle que le pagara, que si no no cruzaría la frontera. Pero en eso, el tío pone un sello en su pasaporte y otro en el de Tamara. Así, las chicas continúan hacia la frontera camboyana sin pagar.
Me toca a mi. Paso mi pasaporte y lo mismo, el tío me pregunta si voy con ellas y me pide dos dólares. Visto que las chicas no pagaron, yo le digo que voy sola y que él sabe que no tengo que pagarle nada. Me pone el sello. Me quedo mirando el pasaporte y una pareja laosiana que está detrás mío me dice que ahora tengo que caminar hasta el otro edificio, en el país de al lado. Estoy medio atabalada con tanta cosa y aprovecho a mostrarles mi pasaporte para que me digan si es correcto lo que me han puesto y me dicen que si, que siga hacia el otro lado. El sello decía “Isued” y estaba colocado encima de la visa de entrada. Lo que me queda claro es que mi visa ya no tiene valor.
Agarro las mochilas y camino los doscientos metros de tierra de nadie entre un edificio y otro. Las chicas ya están llenando unos papeles del otro lado.
Subo los escalones de la entrada y en el vestíbulo hay una mesa con cuatro personas que me dicen que me pare. Yo sigo de largo hasta que otro milico con cara de malote se me pone delante y me dice que tengo que pararme en esa mesa. Son los del control de vacunas. Sabela ahora está discutiendo con uno de ellos también, sin resultado positivo ninguno. Yo me agrando y saco mi carnet de vacunas español y digo que ya tengo todos los controles, frente a lo cual me dejan seguir, pero el poli malo ya está de peor humor.
El próximo mostrador es el de migraciones camboyano. Como si fuera una ventanilla de banco, cristal de por medio, el poli de turno mira mi pasaporte y me dice que NO tengo el sello de salida de Laos, con lo cual no puedo entrar en Camboya. Que he de volver a la frontera de Laos y pagar para que me pongan el sello con la fecha de salida.
Tal como dicen todos los blogs, milicos laosianos y camboyanos están compinchados.
Yo que pensaba que había aprovechado el enfado de Sabela para saltarme la coima, en realidad, el poli laosiano se quedó con todas nosotras. Y conmigo más, porque esto que me está pasando lo había leído tal cual…. que si no pagas, del lado camboyano te hacen volver. Dit i fet!
Con mi mejor cara y sonrisa, pregunto si puedo dejar la mochila grande allí mientras voy y vuelvo y me contestan que si. Al menos no voy tan cargada.
Esos doscientos metros de ida y de vuelta tienen varios surcos de tantos ilusos como yo, que pensamos que podemos hacerle una zancadilla al poder dictatorial absoluto. Ingenua!
Tengo años de pasar la cordillera entre Argentina y Chile y sé positivamente que al entrar y salir de un país tiene que figurar la fecha, pero con el atabale de antes, ni pensé en eso y no me dí cuenta que el Isued no serviría de mucho.
Paso mi pasaporte junto con los dos dólares y cuando me lo devuelven bien sellado les deseo que puedan dormir en paz (en castellano claro).
Vuelta al otro lado. A medio camino me cruzo con las españolas y les digo que no se hagan mala sangre y que no enciendan más el fuego, ellas también van a por sus sellos. Aún queda ….. recojo mi mochila y vuelvo al mostrador de migraciones que en realidad no sólo se parece a una taquilla de banco sino que es realmente donde te cobran la visa. Son 35 dólares. Ve tú a reclamar que no es legal, que la tarifa oficial son 30. Hoy han decidido que son 35. Ya sólo por hacer la gracia, le pido un ticket de mi pago …..
Y claro, ni caso!
El milico que me cobra tiene a su lado un maletín negro. Lo abre y pone mi dinero dentro, junto con el de tantos otros que han pasado antes que yo. De terror!
Siguiente mostrador, llenar el papel con mis datos. Y lo que faltaba …. aunque me toca a mi, pasan por delante mío a un guía con un grupo de veinte personas. Es de una de las tantas vans. Por supuesto, él tiene preferencia porque también saca su buena tajada con los turistas y alguna comisión le dará a los polis.
Nada, a esperar y poner buena cara. Lo bueno es que afuera ya nos está esperando Mr. Hout. Se ha acercado, se ha presentado y nos ha indicado un bar fuera de la frontera donde esperarlo para subir a nuestro transporte. En todo este rato han ido llegando algunas vans y parece que varias de las personas que vienen en ellas continuarán también con Mr. Hout, entre ellos el grupo de nórdicos que estaban en Natrang buscando autobús.
Cuando acaban con todos los pasaportes del grupo, me reciben el mío. Ya no sé si aquí también tendré que pagar o no. Pero se ve que con los cinco dólares de más de la visa ya se dan por pagados para ponerme el sello de entrada en Camboya. Al fin! Trámite concluido y me dejo 37 dólares sin ningún comprobante.
Un asco, de verdad!
Todo y que me puse en ommmmm! Cuando logro salir, me siento llena de rabia por dentro. Tardo bastante en recomponerme.
Ya en el bar me pido algo para desayunar. Va cayendo gente al baile y entre ellos llegan Eugenia y Martín, una parejita de argentinos que conocí en el barco de Luang Prabang. Linda sorpresa. Enseguida me cuentan que Eugenia había apuntado mi celular en el suyo y que lo perdió días atrás, así que por eso no me habían contactado.
Le doy de nuevo mi número y Martín se lo agenda. Me llaman a subir a mi minibus, voy con Sabela y Tamara, pero los argentinos no. Quedo con ellos en que los espero al llegar así buscamos alojamiento juntos.
Nos sentamos las tres en la primera hilera de asientos, Sabela se pone los cascos y se aísla con su música, mientras Tamara y yo charlamos todo el viaje. Fueron seis horas, así que la charla dio para muchos temas y fue muy linda. Ambas son gallegas, de Galicia de verdad.
Entretenida con la charla, casi ni miro el paisaje. Pero de refilón puedo ver que es muy llano, no se ven montañas al fondo y el ambiente sigue siendo muy rural, quizás más seco que es Laos.
Llegamos a Sien Reap de noche, tipo seis de la tarde. El minibus nos deja en la oficina de la empresa. Allí un hombre joven, que parece europeo, nos recibe a nosotros y a los otros buses. Con gran maestría y rapidez, distribuye a todo el personal en diferentes tuks tuks para ser llevados a sus respectivos hoteles. Este servicio también estaba integrado en el ticket de 16 dólares.
Las chicas y yo no tenemos reserva previa y él nos ofrece un tuk tuk que nos llevará a uno o varios hostels hasta que encontremos uno que nos guste. Se dirige a nosotros en un castellano perfecto. No es español, tampoco parece argentino. Le pregunto y se define como “un indignado de Barcelona que nació en Uruguay y se vino a Camboya después de aquel marzo”.
Martín y Eugenia no están y Ramiro, el de la agencia, me dice que ya han llegado todos sus transportes. O sea que los argentinos no han venido con AVT. Me da penita, porque me apetecía compartir con ellos, pero yo no me he quedado con el teléfono de Martín.
Así es que conocemos a Mr. Bean, el chico del tuk tuk que nos lleva al Garden Village Guesthouse y en ese primer hostel, que tiene muy buena onda, marcheta y piscina, decidimos quedarnos las tres. Yo pido una habitación individual y voy a verla. Cuando regreso las chicas me dicen que hay una triple y que si quiero podemos compartir. Les agradezco encantada pero no quiero ser un plomo para ellas que vienen de fiesta a tope. Insisten y acepto, aunque no muy convencida.
Como decía, el hostel tiene muy buena onda, es grande y hay mucha gente joven y linda. Lo poco que hemos visto de la ciudad promete fiesta y diversión, en base a cervezas y música con muchos decibeles.
Contrariamente a lo imaginado, me gusta estar en ese barullo. Creo que vengo de muchos días sola y muy tranqui, así que la marcha me entra bien.
Luego de ducharnos, las chicas se van a su rollo y yo al mío. Estamos al lado del night market y del movidón. Callejeo un rato y doy mi primer paseo en Camboya mirando las artesanías y curiosidades del mercadillo. Busco un sitio para comer algo y termino en el de más altos decibelios porque me gusta la música que están pasando. Me pongo a escribir y me dan las tantas. Ni yo me creo que estar en pleno mogollón.
Quizás esa adrenalina y ambiente fiestero es el que necesitaba para contrarrestar la mala onda del cruce entre países. Sin dudas, el puesto fronterizo más corrupto del sudeste asiático.